Pasaron las horas, anocheció y ahí seguía yo: inmóvil, como plantada en mitad de la encrucijada. En mitad de los Cuatro Caminos.
Empezó a llover. Un desconocido que pasó a mi lado, al notar mi angustia se interesó por mí:
-¿Te pasa algo? ¿Puedo ayudarte?
Protegidos por su paraguas y sin movernos de la plaza, le expliqué lo que me ocurría. Entonces me sugirió pasear juntos por las cuatro calles, deambular por ellas sin ningún orden. Recorrer al buen tuntún las cuatro calles: los Cuatro Caminos.
Aquel hombre ya no es un desconocido. De hecho, llevamos diez años viviendo juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario